Entonces San Jerónimo nos encomendó una misión: extender la denigración cual fiebre amarilla allá donde fuéramos, perpetuar la mirada crítica sobre la humanidad, petrificar la memoria de las estatuas. Cádiz era una fiesta. Las negras por el malecón, el hedor a pescaíto frito impregnado en los poros sudorosos, las vacas muuuuuuús haciendo requiebros, bulería bulería...
Jerónimo, el mapa nos espera, el mundo no será suficiente, todas las estatuas serán pocas, pero siempre nos quedará Cádiz.
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